Después de pasar once años desde la última vez que pisé ese patio, el día 28 volví al colegio de mi infancia. Fue algo extraño ya que físicamente había cambiado, pero había cosas que seguían igual y me recordaron muchas de mis anécdotas en ese patio.
El haber sido el colegio de mi infancia me permite comparar el antes con el ahora además de analizar lo que me compete en esta experiencia del Prácticum II.
Después de llegar y presentarme a casi todo el personal del centro hablé con la dirección de este y llegamos al acuerdo de que, en lugar de quedarle en una misma clase con mi tutora profesional todo el periodo de prácticas, recorrería los distintos ciclos y clases del centro.
Después de dos semanas allí he podido ver la dinámica de ocho clases distintas (cuatro de primero y cuatro de segundo) pertenecientes al primer ciclo. De las primeras cosas que me contaron los distintos docentes fue el alboroto y desastre que fue el año anterior, ya que en este solo había tres líneas de primero y segundo curso con clases imposibles de manejar, con demasiada diversidad de alumnos y alumnas, los cuales presentaban, en su mayoría, un comportamiento que hacía muy difícil el llevar a cabo una clase.
De tal fue el revuelo y la imposibilidad que cuando acabó el año se decidió, por motivos justificados que cerca de 30 alumnos y alumnas debían repetir curso. Este hecho hizo que las clases aumentaran la cantidad de personas por lo que se decidió abrir una nueva línea para mejorar el ambiente de clase. Por supuesto, fue una decisión que se tuvo que trasladar a la delegación para su aprobación. Una vez aprobada el conflicto recaía, ahora, en la organización de los grupos, es decir, dónde pondríamos a cada alumno y alumna de tal forma que se crease un ambiente positivo y facilitador del aprendizaje de estos.
Por lo que me cuentan, a excepción de una clase, las demás son llevaderas y el ambiente hace posible la ejecución normal de las clases.